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Sabores de devoción, la Semana Santa andaluza como mapa gastronómico de la tradición
Más allá de las procesiones, la Cuaresma y la Pascua en Andalucía son un festín de identidad cultural. Potajes, bacalao, torrijas y pestiños conforman un recetario sagrado que conecta el pasado con el presente en cada bocado.
La fe que se cocina a fuego lento
La Semana Santa en Andalucía es una de las manifestaciones culturales más profundas del sur de Europa. Pero lo que muchos no perciben a simple vista es que, mientras las imágenes recorren las calles, hay otra procesión igual de simbólica que se vive en las cocinas. Las recetas de Cuaresma y Pascua forman parte de una liturgia doméstica que traspasa generaciones.
En una tierra donde la gastronomía es lenguaje común, la cocina de Semana Santa no es solo alimento: es memoria, identidad y comunidad.
Cuaresma: la creatividad en tiempos de abstinencia
Durante los cuarenta días de Cuaresma, la Iglesia Católica impone restricciones alimentarias que tradicionalmente han prohibido el consumo de carne. Lejos de limitar la creatividad, esto dio lugar a un recetario fascinante y lleno de ingenio popular.
- Potaje de vigilia. Garbanzos, espinacas y bacalao se combinan en uno de los guisos más emblemáticos del periodo. El potaje de vigilia es un símbolo de sobriedad, pero también de sabor y nutrición, muy presente en comedores escolares, hogares y tabernas tradicionales.
- Bacalao en todas sus formas. El bacalao salado se convirtió en el gran protagonista de la Cuaresma. Su versatilidad se refleja en recetas como el bacalao con tomate, los buñuelos de bacalao o el clásico bacalao dorado, heredado de la influencia portuguesa en el suroeste peninsular.
- Espinacas con garbanzos. En Sevilla o Córdoba, este plato se sirve todo el año, pero adquiere protagonismo durante la Cuaresma. Es una receta humilde pero poderosa, donde el comino y el pimentón elevan un plato vegetal a la categoría de clásico.
Pascua: cuando los dulces se convierten en legado
Al finalizar la Cuaresma, la Pascua trae consigo un desfile de postres tradicionales. Son recetas que mezclan herencias cristianas, moriscas y judías, y que en muchas casas se preparan solo una vez al año.
- Torrijas: el pan que se convierte en manjar. La torrija andaluza, elaborada con pan duro empapado en leche o vino, rebozado y frito, es el dulce estrella. Aunque nació del aprovechamiento, hoy se sirve en versiones gourmet con pan de brioche, infusiones de vainilla y cremas aromatizadas.
- Pestiños y piñonates: la miel de nuestros ancestros. Los pestiños, fritos y bañados en miel o espolvoreados con azúcar, son una conexión directa con el legado andalusí. Por su parte, el piñonate, típico en la Sierra de Huelva, mezcla piñones, anís y harina en una masa que se fríe y se compacta, formando bloques melosos llenos de sabor y textura.
Tradición vs. innovación: ¿pueden convivir?
La cocina de Semana Santa también ha entrado en los fogones de chefs contemporáneos que reinterpretan estos clásicos sin perder la esencia:
- Torrijas con crema inglesa, deconstruidas o caramelizadas al horno.
- Buñuelos rellenos de chocolate o crema de queso.
- Potajes emulsionados con toques ahumados o fermentados.
Esta tensión creativa entre pasado y presente es un reflejo del momento que vive la gastronomía andaluza: mirar hacia sus raíces para proyectarse hacia el futuro.
En Andalucía, la Semana Santa se escucha, se ve y —sobre todo— se saborea. La cocina cuaresmal y pascual no solo alimenta el cuerpo, sino que articula una identidad colectiva que se renueva cada año.
Preservar estas recetas, compartirlas y reinterpretarlas con respeto es una forma de rendir homenaje a quienes las han transmitido generación tras generación. Porque cuando cocinamos un potaje de vigilia o freímos unas torrijas, no solo seguimos una receta: contamos una historia.